<>. Tres jóvenes, estudiantes de Bellas Artes viviendo en la España de los 80. En este contexto se sitúa la historia de amor de Castillos de cartón que, al igual que ella, son fuertes, pero de material frágil. Desde siempre, los seres humanos hemos concebido la pasión únicamente entre dos, pero Almudena Grandes va más allá y apuesta por el tres. Un triángulo amoroso con tres nombres propios: María José Sánchez (Jose), Jaime González y Marcos Molina Schulz. El suicidio del último, convertido en un gran pintor de éxito, lleva al reencuentro de los otros dos y al regreso al pasado, al recuerdo de un tiempo atrás que dicen, siempre es mejor. Y aquí, el dicho también se cumple. Jose retrocede a las tardes en las que, casi sin darse cuenta, fluyen el sexo, el hachís, las risas, el arte, el amor… Comparte cama con dos hombres sin remordimientos ni culpas. Al principio, amando a partes iguales. Después, enamorándose de Jaime. Pasando de lo inocente a lo adulto. Hasta que finalmente todo se desmorona. Por la envidia, por los celos, por la fama de uno y el fracaso de los otros. La felicidad se transforma, enseñando su cara más fea. Y los sentimientos chocan. La protagonista sufre, y el lector con ella. Una historia difícil de digerir para mentes no liberadas y que no ven más allá de lo políticamente correcto. Pero Almudena Grandes se queda, a veces, en lo descafeinado, en lo light, en lo pasable. Los aires bohemios que la caracterizan no terminan de explotar. No hay sorpresa final porque la historia está abocada al fracaso, su destino no es otro que el hundimiento. El tres siempre ha sido, y seguirá siendo, un número impar. Una ecuación que no encaja. Aún así, y a pesar de todo, se hace entretenida, llevadera, ágil. El estilo directo recuerda a autoras de esencia similar (Rosa Montero o Lucía Etxeberría) pero no convencerá a los amantes del drama por el que acostumbra. Una novela más fácil que el resto, un respiro entre las grandes estructuras que manejaba últimamente, pero que no llega a conmocionar como debiera. En definitiva y puestos a comparar, es como un globo a medio inflar, un camino sin asfaltar o un coche que no termina de arrancar.
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